Relatos bonilleros (i):

Un relato piadoso en el día de la Santa Cruz:

Esta historia que vamos a narrar no la podíamos dejar atrás porque a algún predicador le he oído decir en la homilía de la solemne función religiosa de un 4 de marzo que el Santísimo Cristo de los Milagros sudó sangre. Porque a no pocos bonilleros les he oído decir que la harina que cernía Antón Díaz se le iba amasando en la artesa con el sudor que caía de la cruz, porque son muchos los bonilleros que tienen una vaga idea de lo que sucedió la mañana del segundo domingo de cuaresma de 1640 en la casa de Antón Díaz, porque así pudo ser:

«A soles pones de un caluroso día de los primeros de agosto de 1626, el franciscano bonillero Pedro Carralero, jinete en mula de alquiler, está llegando al Bonillo por el camino de Murcia. No se ha repuesto todavía del vuelco que le ha dado el corazón al divisar la puntiaguda torre que en actitud de centinela da cobijo a la pequeña iglesia gótica. Han sido tantos los años lejos del pueblo que ni advierte que la mula esta parada. Al darse cuenta y volver a la realidad del momen¬to un chasquido de lengua le pone en marcha de nuevo y entra en el pueblo. Pasó Munera delante para, por la calle de La Tercia, llegar al alto de San Cristóbal y desde allí bajar por la calle del Barranco y hacer alto en la novena casa a mano derecha, en la que vive Antón Díaz de cuya esposa es primo ¬hermano y en donde sabe que va a ser bien recibido. Tras salu¬dar a sus parientes, el fraile desata de la aljama de la mula su liviano equipaje y una vez en la cocina saca de su pobre hato una cruz de nogal sobre la que está pintado un Cristo y la coloca en la cornisa. Tras la cena, sentados al fresco en la puerta de la calle, el padre Carralero les cuenta algo de su vida durante sus años que ha estado ausente del pueblo y dice: «¿Os acordáis -les pregunta- de Esteban, el hijo de Diego Fernández y de Isabel de Munera?». Asintieron con la cabeza y Antón dijo: . «¿En que año naciste tú?» le preguntó el franciscano. «Yo, en 1586>. «Claro, claro que es mayor que tú; él nació en 1580 aquí en El Bonillo. Bue¬no, pues Esteban Munera es hoy Su Eminencia Reverendísima Señor Obispo de Chassalou, en Sicilia, cargo por el que le nombró Su Santidad Gregorio XV en el año 1621. Cuando su padre don Diego fue nombrado alguacil mayor de Baeza, él marchó en Valladolid donde ingresó en la Orden de la Merced y de la que llegó a ser Vicario General. Después fue enviado a Roma y allí fue confesor del Conde de Lemos y tiene amistad con Velázquez, Alonso Cano, Martínez Montañés. Es lo que se dice un talento. Al señor obispo Munera le pidió Su Santidad Gregorio XV que le buscase un confesor y él le mandó a un compañero franciscano también bonillero que estuvo al servicio del Papa hasta que murió. Cuando le prestaba los Últimos auxilios Su Santidad le pidió al franciscano que cogiese la cruz que estaba colgada sobre la cabecera de su cama y el Papa después de besarla se
la dio coma regalo. Pasados unos meses se sintió el francisca¬no muy enfermo y me llamó para que le auxiliase y una vez que le administré los sacramentos me hizo donación de la cruz y ahí la tenéis sobre la viga que hace de cornisa. Esta cruz posee grandes gracias y os aseguro que en la travesía Nápoles¬Cartagena, ciudad esta de donde vengo, nos ha librado milagro¬samente de un naufragio».

Tres días permaneció el franciscano Carralero hospedado en casa de Antón Díaz y en la mañana del cuarto, antes de em¬prender viaje a Tarancón por el camino de Villarrobledo, hizo entrega de la cruz a sus parientes, quienes se apresuraron a colocarla en lugar mas apropiado que el que ocupaba entre dos alambores, expuesta al humo y a las pavesas del sagato. Y de esta forma, vía Nápoles-Cartagena, fue traído el Santísimo Cristo a El Bonillo.
No había llegado el fraile Carralero al Pozo de Mirabaite cuando Antón Díaz y su esposa ya habían colocado la cruz en el lugar mas digno que el que le había asignado el franciscano en la cocina.

Miguel de Ribera, pintor y decorador de Villarrobledo declara el 22 de abril de 1640: «en cuanto al arte, la pintura del Santísimo Cristo, por sólo lo que es pintura, es cosa prodigiosa, porque es tan excelente y superior que cuando no fue¬ra mas que la pintura era de gran veneración y estimación y que es de un pincel muy delgado de pintura al óleo muy suave». Añade que «la cruz es de madera de nogal sólida, maciza y delgada».

Juan de la Plaza, pintor y vecino del Bonillo también declara en la misma fecha: «Está pintado el Santísimo Cristo en un palo de nogal, muy seco y dicho palo es de naturaleza muy sólido y macizo y la pintura es muy delgada y muy antigua. El color de la cara está pintado con oro pimiente y la cabeza con fuego rejalgar y la pintura del Cristo es de las mas primas y superiores que he visto en mi vida, tanto que provoca a reverencia y devoción grandes porque la cabeza del Santísimo Cristo es del mayor primor y vivez que hay en el arte de la pintura».

Antón Díaz dice: «Por detrás tiene pintadas la cruz las vestiduras del Cristo, la corona de espinas y las demás insignias de la pasión».

La cruz estuvo colgada sobre la sarga de estambre en el dormitorio de Antón Díaz hasta las once de la mañana del segundo domingo de cuaresma, el 4 de marzo de 1640, en el que el comisario de la Inquisición, don Juan Bautista de Avia y cuatro sacerdotes que le acompañaban fue llevada a la parroquia donde fue colocada en el altar mayor en un nicho bajo llave que se guardó el cura propio, don Andrés Munera y Romero.

La tercera esposa de Antón Díaz, la que le abandonó, de¬bió preocuparse muy poco de la cruz, pues desde 1639, en que contrajeron matrimonio, no se molestó en limpiarla. El cura Munera y Romero escribió: «La cruz parecía tener por delante y por detrás polvo como de harina».

El viernes siguiente al día siguiente de la Ascensión de 1638, una hora después de anochecido, entre las ocho y nueve de la noche, Isabel de Paraíso salió a la calle y vio en el aire como encima de la casa de Antón Díaz, en medio de un gran resplandor, una imagen de Cristo crucificado que parecía tener dos personas a los lados. Presa de espanto, llorando, Isabel de Paraíso llamó en casa de un vecino suyo en donde estaban cuatro personas a las que les contó lo que acababa de ver. Las cuatro salieron a la calle y vieron lo mismo que había visto Isabel de Paraíso, lo que les causó más admiración. También llamó Isabel Paraíso a su vecino Antón Díaz que tardó un poco en salir, ya que dada la hora es muy probable que estuviese ya durmiendo y después declaró que vio una nube clara encima del tejado de su casa y como ya se iban deshaciendo las figuras, sólo llegó a ver las piernas de un Santo Cristo clavadas a un pie de cruz. Tanto Isabel de Paraíso como un vecino de Munera le dijeron que si hubiese salido un poco antes hubiese visto un Santo Cristo con dos bultos a los lados, coma dos personas. Cuando las personas se deshicieron en el aire, el vecino Juan Ortiz Montejano que también los había visto, les dijo a todos que callasen puesto que estos eran secretos de Dios y por aquellos tiempos había Inquisición.

Según se ve, en el sudor del Santísimo Cristo estuvieron implicados vecinos de Munera, Lezuza, Villarrobledo y Alcaraz. De Alcaraz estuvo su vicario, quien el 20 de marzo de 1640 limpió con un lienzo el sudor del Santísimo Cristo, que ya no volvió a sudar. Al día siguiente daba comienzo la primavera del 400 año del siglo XVII ¿No fue el sudor del Santísimo Cristo su preludio?

Para terminar este estudio sobre el Santísimo Cristo del Bonillo diremos que el 4 de marzo de 1640, segundo domingo de cuaresma, Antón Díaz había oído misa rezada en la parroquia a las siete de la mañana. Ya en su casa arregló la lumbre, barrió la cocina, hizo la cama y teniendo intención de amasar una torta cenceña, o sea, torta hecha sin levadura, se puso a cerner la harina con un cedazo que deslizaba en movimientos de ida y vuelta sobre los palos de cerner que previamente había colocado sobre la artesa. A su izquierda, un poco mas alto que su cabeza estaba colgado el Santísimo Cristo, colgado en la pared sobre la sarga de estambre. Como la labor del cernido era monótona, Antón Díaz se entretenía mirando a un sitio y a otro de la habitación. Cuando fijó su vista en el Santísimo Cristo vio como estaba sudando, como cuando ponen un huevo a asar, con gotas grandes y menores. Grande fue su asombro y no atreviéndose a tocar la cruz salió a la calle y llamó a su prima y vecina Isabel de Paraíso, quien acompañó a Antón Díaz a su casa y vio como efectivamente el Santísimo Cristo sudaba por el cuerpo, brazos, cabeza y costado. Isabel empezó a llorar y dio gracias a Dios por aquella maravilla. Antón e Isabel salieron a la cocina, viendo sentado en la lumbre a Francisco Rentero, vecino de Antón Díaz, a quien he contaron lo que aca¬baban de ver. Entró Francisco Rentero al dormitorio y vio al Santísimo Cristo en la misma forma y manera que Antón e Isabel lo habían visto. Entonces de un bolsillo del chaleco sacó un papel pequeño y doblado con el que llegó a unas de las gotas de sudor que el Santo Cristo tenía en el brazo derecho, y los dobleces del papel se calaron y luego salió otra gota en la misma parte y lugar.

Aquel 4 de marzo, fray Miguel de Garcés estuvo confesando hasta las nueve de la mañana; al terminar se encontró con un hombre cojo llamado Francisco Rentero que le dijo: «Padre mío, vengo para que vaya a ver una gran maravilla. Se trata de que en un casa cerca de aquí hay una imagen de Cristo sudando tan copiosamente que yo la he limpiado con este papel y lo tengo guardado por gran reliquia». El padre Garcés se vistió el hábito negro y salió a la calle donde se les acercó Antón Díaz y llorando le contó lo que estuvo pasando con el Santísimo Cristo en su casa. El padre Garcés entró en la casa y en la habitación donde estaba el Santísimo Cristo. Lo primero que hizo el fraile fue arrodillarse a los pies del Santísimo Cris¬to y pidió al Señor que le iluminase en lo que debía hacer en tal caso para mayor servicio suyo. Puesto en pie, como era corto de vista, tuvo que acercarse mucho al Santísimo Cristo y vio como estaba sudando por la cara y por la cabeza, tan abundantemente que he parecieron innumerables las gotas que tenia, unas grandes otras pequeñas, que parecían que bullían. Vio también cómo del costado izquierdo del Santísimo Cristo salía una gota muy grande. Lleno de admiración descolgó la cruz y la sacó a la puerta del corral por estar mas claro para verla mejor. Allí, con el dedo meñique de su mano derecha, quitó la gota de sudor del costado del Santísimo Cristo y se lo llevó a la boca, la nariz y los ojos, sintiendo notable suavidad y dulzura. Inmediatamente, del costado del Santísimo Cristo volvió a salir otra gota de sudor con más abundancia como si fue¬ra de una fuente, cosa que he alteró más que todo lo que había visto. Confuso y espantado lo volvió a su puesto. Antón Díaz he rogó al fraile que no dijese nada a nadie para que no he quitasen esta reliquia, que el ofrecía, cuando muriese, dejar¬la al convento. Fray Garcés he respondió que iba a predicar a la parroquia de esta villa y que lo encomendaría a Dios para que manifestase su voluntad.»

El Bonillo, 3 de mayo de 1996



La continuación, aquí (clic)

5 comentarios :

Sufur dijo...

¿Tú quieres descuajaringarnos los ojos, con esa letra tan chiquita? Mala que eres, Muriel

Otto Más dijo...

¬¬

Casi muero...

Peritoni dijo...

Ay, ¿de qué me suena a mí esto?

Fenecillo dijo...

Al Santísimo Cristo he de puntualizar que alli lo llaman el 'Santismo' Cristo, claro esta, y mi tia-segunda regentaba el horno del santisimo cristo (creo que en el cartel estaba bien escrito) donde hacen muy buena madalenas, mantecosas y sollapas

Mocho dijo...

Si es que cuando yo digo que estos relatos son de plena actualidad social no me quedo corto, qué interesante.

Publicar un comentario

Comente, comente

Blog Widget by LinkWithin