Relatos bonilleros (ii)


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Y ahora sí, el relato Bonillero nº 2, continuación del nº 1

HISTORIA DE LA GUAPA DOLORES Y SEBASTIÁN EL BIEN PLANTAO


No gustaba la guapa Dolores de que le dijeran Lola por la calle. A su sonoro nombre no le sobraba "ni vocal ni consonante” como decía ella cuando pasaba alegremente por las calles del Madrid castizo. Calle Toledo, Cuchilleros, Plaza Mayor y la calle de las Postas se encendían cada mañana al paso de la guapa y su buen pisar era también el anuncio cada tarde de que el sol se ponía y no habría luz hasta el día siguiente en que la moza volviera a pasear su palmito, despertando admiración entre los viandantes, siempre sonriente y a la par discreta. No se le conocía mozo que le hablara por aquellos días, ni novio alguno de antiguo, ni nada que pudiera tachar su frente. A los piropos respondía con una sonrisa y bajaba los ojos, en un ademán mitad de orgullo mitad de pudor.

Habiendo perdido a su madre, que siempre fue una santa, hacía muchos años, la guapa Dolores acudía cada mañana al taller de costureras de la calle de las Postas aunque no necesitara de ello para vivir, pues su padre, funcionario del Ayuntamiento, bien podía sustentarla. Pero no era bueno que una muchacha de su edad pasara tanto tiempo sola en casa, y ella, hacendosa como ninguna, cada tarde en un santiamén ya tenía preparadas todas las labores de la casa propias de su condición de mujer.

A tales tareas le ayudaba siempre la Manuela, la viuda del segundo interior, una mujer más ocupada en la vida de los demás que en la de su casa, lo que era de comprender puesto que viuda desde hacía ni se sabe los años y con un hijo casado, la buena mujer no tenía en qué más ocuparse. Era ella quien le hacía la compra a la guapa Dolores y a su padre, y bien estaban ellos seguros de que no les sisaba ni un real, que si bien chismosa lo era un rato, nadie en el vecindario dudaba de la honradez de la viuda.

La guapa Dolores pasaba casi todo el día en el taller arreglando los vestidos de otras mujeres que ella jamás podría costearse, cantando y riendo con las demás oficialas y hablando sin parar entre fantasías juveniles, primeros amoríos y cotilleos de barrio.

A la hora del almuerzo salían las muchachas a los balcones de la casa, con sus fiambreras o sus bocadillos, y era entonces la calle pura fiesta, de toda alegría que desprendían y de sus risas y charlas que competían en armonía con el cantar de los pájaros. Raro era el día que no quedaba un puñado de mozos parado en la acera de enfrente, requebrando a las mujeres. Ellas replicaban con descaro la mayoría de las veces, con el descaro fresco y natural de su edad, aunque a veces el rubor se asomaba a sus mejillas si el requiebro de los hombres llegaba por su picardía a ofender su pudor.

La guapa Dolores no se asomaba mucho al balcón. No era del gusto de su padre el que una chica detente se exhibiera como en una vitrina, y ella respetaba la autoridad paterna. Quedaba Dolores en un segundo piano, detrás de sus compañeras, desde donde si bien no era casi vista desde la calle, podía ver bien a quien a ella le viniera en gana con sólo arrimar un poco el cuello y con una pizca de sol que le diera en la cara ya le relucía hermosa y sonriente.

Cada tarde después de sus tareas se recogía temprano, paseando su palmito por las calles, llamando la atención con su gracia y su salero. Alguna tarde la esperaba en el arco de Cuchilleros la Señora Manuela, y juntas se iban a paso garboso calle de Toledo alante, hasta la ribera de Curtidores, a fin de comprar cualesquier cosa que tuvieran pensada.

Un poco retirado de allí, pero no muy lejos, en la calle de Sombrerete, justo acá de la plaza de Lavapiés, vivía Sebastián el bien plantao. Era Sebastián joven de pocas palabras, austero en el vestir y con gesto siempre severo. Querido y respetado en el vecindario, nunca le faltaba una mano de ayuda a quien la necesitara o una palabra de saludo o de cortesía. Y era el secreto capricho de muchas mujeres no sólo del barrio, sine de toda aquella zona de Madrid, y quien sabe si de la Ciudad entera.

Le llamaban el bien plantao porque su porte era el de todo un caballero, a pesar de su corta edad, su aspecto siempre impecable de limpio y planchao, y sus modales para con los demás intachables.

Decían que Sebastián el bien plantao era un hombre tan serio porque sufrió de mal de amores por la Isabel la de Argumosa, que después de entretenerlo durante años dándole celos y jugando con su hombría, se burló de él y lo dejó por un mequetrefe de Cuatro Caminos, dos años atrás, dejando al buen Sebastián repudrío y hecho un trapo.

Pero era Sebastián tan prudente y discreto que jamás se le oyó reproche o comentario alguno acerca de la Isabel, ni para bien ni para mal, y sus vecinos ni se lo comentaban, en respeto a su persona.

Después de varios años de buen trabajo había conseguido el puesto de encargado de la cestería de Embajadores, donde se ocupaba del control de la recaudación y de atender el establecimiento. Recibía cada mañana los envíos que le llegaban del taller de mimbres y cañas, y se encargaba él mismo de colocarlos en el escaparate de la tienda, para mostrarlos a los clientes de la mejor manera posible.

No era Sebastián amigo de la bulla, la juerga, y nunca se le oyó chulería más que la propia de su condición de nacido en la capital, que casta no le faltaba al joven, por parte de padre y de madre, de vuelta al pueblo de la familia de esta última allá por la Mancha cuando vieron que el muchacho podía ganarse bien la vida él solo y que los aires de Madrid no sentaban bien a la salud del padre de Sebastián.

Acostumbrose pues Sebastián el bien plantao a vivir por sus medios, ganando su propio jornal y gastándoselo y administrándoselo él mismo, que para algo era joven formal y con cabeza.

Cabeza que no le fallaba para recordarle cada mañana de domingo ir a comulgar a la catedral de San Isidro como buen cristiano que era, que aunque anduviera escaso de tiempo a diario para cumplir con sus obligaciones de católico, no olvidaba jamás una palabra o un recuerdo para el Señor antes de acostarse; y los domingos por la mañana se colocaba su traje oscuro, se arreglaba bien la corbata, se repeinaba el pelo y con unas gotas de agua de colonia - nunca demasiada, que eso era cosa de afeminados - se llegaba hasta la catedral para asistir a misa.

Era sin embargo Sebastián aficionado a acostarse tarde. No porque se fuera de juergas y malvivir por ahí, sino que gustaba leer tranquilamente algunas páginas de literatos españoles, y a veces del extranjero, a la luz de su lamparilla de noche. Y no es que le faltara tiempo antes, sino que se había acostumbrado a coger ya esa hora para sus lecturas, en la que por lo demás estaba tranquilo ya que no tenia que oír el bullicio habitual de su patio de vecindad, al que daba la única ventana de su modesto cuarto.

Conociéronse la guapa Dolores y Sebastian el bien plantao una tarde de abril, a punto de cerrar la cestería, pues a la Manuela se le había emperejilado el comprar un cesto nuevo para la colada, que el que tenía estaba medio roto por un asa y le costaba gran esfuerzo el cargarlo cuando estaba lleno. La guapa Dolores acompañó a la buena mujer porque hacía una tarde espléndida que animaba al paseo, y estaba la moza de buen ánimo porque le habían felicitado por su buen quehacer en el taller de costura. Mas que por la alabanza en sí estaba ella más contenta por la alegría compartida de sus compañeras, de las que no conocía celos ni envidias, y sí bondad y camaradería.

Dolores, aunque no lo conociera de vista, sabía de Sebastián por los chismes de la Manuela, al parecer empeñada en que conociera a tan buen mozo porque era lo mejor de Madrid, y una muchacha como ella sólo podía hablarse con un joven de su valía. La guapa Dolores al oír estas cosas sonreía y callaba, sin saber nadie en cierto qué era lo que estaría pensando. Sebastián tampoco conocía a Dolores, ni había oído hablar de ella, cosa lógica pues no solía prestar oído a habladurías frívolas, y era siempre discreto en su trato con el vecindario.

Llegaron la guapa Dolores y la Manuela casi a la hora de cierre de la tienda, cosa que disgustó a Sebastián el bien plantao, aunque no lo exteriorizó para mantener la buena imagen de la tienda y la atención que se merecen los clientes. No por nada había sido múltiples veces felicitado por el dueño del establecimiento, que le estaba muy agradecido y no le pagaba mal.

La Manuela explicó a Sebastián el tipo de cesto que quería con cientos de aspavientos y ademanes exagerados que eran su manera natural de expresarse. Mientras tanto, la guapa Dolores curioseaba por el local y de vez en cuando tocaba aquí o allá para combrobar el género. Se entretuvo particularmente en una jaula de mimbre y alambre primorosamente trabajada que era el orgullo de los aprendices del taller.

Tardaba la Manuela en decidirse como era de esperar en una mujer de su temperamento y palabrería, que si éste le parecía demasiado grande, que si aquél demasiado estrecho y todos, incuestionablemente, demasiado caros. Dolores, cansada ya de tanta cesta y tanta jaula, había salido a la puerta del establecimiento a que le diera en la cara el último sol de la tarde que caía sobre la calle. De vez en cuando entraba y comprobaba cómo la eterna discusión entre la Manuela y el bien plantao Sebastián continuaba y continuaba.

Sebastián atendía a la buena mujer con tanta paciencia coma podía, porque era para perderla entre tanta exclamación y tanta observación que la Manuela hacía con su voz aguardentosa forjada tras muchas noches de soledad en la sola compañía de una garrafita de orujo que de tarde en tarde le llegaba por parte de su prima Nati, la del pueblo. Quiso muchas veces llevarse la Nati a la Manuela de vuelta al pueblo a la muerte del marido de ésta, mas no quiso la viuda porque decía que no era mujer de campo y se había hecho ya a la ciudad.
La Manuela finalmente decidió que una vez vistas los cestos ya se pensaría en casa cuál era el que quería comprar, e hizo al ya cansado Sebastián escribirle en un papel las características y precios de los cuatro o cinco que a ella le parecían más adecuados. Sebastián lo hizo de buena gana tal eran sus ganas de despachar, de una manera o de otra, vendiéndole el cesto o no, a la parlanchina mujer que le había tenido en vilo durante más de veinte minutos.

Salió la Manuela de la tienda y le dio un golpecito suave a la Dolores, que estaba sentada en una silla de exposición de la tienda, con los ojos cerrados y tomando los restos ya casi inexistentes del sol. Se levantó la guapa moza y con un ademán con la mano, discreto y breve, se despidió del joven Sebastián, que no la vio pues estaba dentro tras los cristales y el sol de la tarde le cegaba si miraba en aquella dirección en la que se encontraba la guapa Dolores.

No se tiene conocimiento de que volvieran a encontrarse la guapa Dolores y Sebastián el bien plantao. Quizás en alguna verbena o fiesta popular coincidirían y hasta puede que se vieran, pero en cualquier caso no se reconocieron. A los pocos meses y a la muerte del padre del joven, volvió Sebastián al pueblo de la familia de su madre, El Bonillo, donde se ocupó de ésta y donde obtuvo un buen puesto en el ayuntamiento de la localidad. Se dice que se volvió un estudioso del milagro allí acontecido el cuatro de marzo de mil seiscientos cuarenta.

La guapa Dolores casó bien y con hombre principal y honrado, siendo sana envidia de todas las muchachas que la conocían, orgullo de su padre, de la Manuela y de todo el barrio, y por el resto de sus días ejemplo de virtud y buen quehacer en su matrimonio y en su casa.

Madrid, 13 de mayo de 1996

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9 comentarios :

Otto Más dijo...

Yo tengo un plugin que me lo lee con voz humana (no con Sam...)... Pero va a ser que me disculpes esta vez, que ya me leí el primero...

¿DONOTO?

Otto Más dijo...

Pues si, he hecho un donoto ^^

Mocho dijo...

Ah, te lo pierdes, este relato bonillero es sustancialmente distinto al anterior, y su continuación es asaz jugosa, aviso.

quéinsólito dijo...

La pobre Dolores...cosiendo modelazos que ella nunca se costearía y sin poder salir a marujear al balcón ni exhibirse delante del vecindario...pero que vida es esa...!? Con lo bonito que es comprarse modelos y luego salir a exhibirlos por ahí...

Que vidas...las del madrid castizo...

Otto Más dijo...

Al final ha salido el exudado!... Bueeeeno, espero a siguiente, que Sebastián el bienplantao me ha caído bien...

Mocho dijo...

Así de dura es la vida.

¿Y cuál es el plugin ése? Qué divertido, que te lea los blogs

quéinsólito dijo...

Pues hijo, yo ya le había puesto a una que tengo en la espinilla, Maricruz...

Otto Más dijo...

Text Aloud 2.285, que se integra con Firefox... Bájatelo con crack, claro (ains, que viene Sindeeee) y las voces, las de Loquendo, que son voces de verdad sin lata ni nada... también necesitan crack, pero todo está en la mulita...
Te lee lo que quieras, las blogas y todo... incluso el porno, jajaja, y te lo pasa a mp3 si quieres, para poder llevar La Dama de las Camelias en el Ipod xD

Corredero dijo...

Iba a comentar nosequé y me ha fascinado lo de Donotto y se me ha olvidao...¡quiero un déso!

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