Corazón Corazón

Yo opino que todos tenemos nuestras manías. Unos las tienen más discretas y entonces son costumbres, rutinas o pautas de conducta. Y otras son menos habituales y pasan a ser rarezas o manías.

Seguro que si me pongo a enumerar manías me saltan mis conocidos con mil más, pero éste no es el tema de esta entrada. Aparte de frotarme la cara con la palma de la mano como si fuera una ardilla o hacerme los 100 metros salón cuando hablo por teléfono, una de mis manías más extrañas sucede en el portal de mi casa.

Cuando llego, abro el buzón, cojo las cartas que hay, miro quién las remite, y luego las vuelvo a dejar en el buzón, cierro y subo a casa.

Una tontería, ya lo sé, pero no puedo evitarla. Cuando ya no va a caber nada más, recojo todas las cartas y las subo a casa. El problema es que ahora me han puesto un buzón en vertical y me resulta difícil seguir con mi costumbre postal.

Y esta costumbre en su vertiente telemática me ha jugado una mala pasada.

El domingo, cuando llegué de la aventura pseudopop extremeña, abrí mi correo de gmail. Leí un poco por encima los comentarios que me habías dejado en el blog y vi un correo de un amigo de Barcelona, RR.

No suelo tener correspondencia con RR por email. Nos vemos unas cuantas veces al año, sabemos de nuestras vidas, nos tenemos un afecto muy grande y casi podría decir que mantengo mi abono del Liceu por él, pero no somos de los de llamada telefónica semanal ni de correo. habitual. Abrí su mail, muy extenso, y vi que empezaba contándome un viaje que había hecho, unas conferencias a las que había asistido...

Yo, vago y cansado, lo cerré, me fui a dormir y dejé su lectura para más adelante.

Un día y medio después me llama otro amigo: Oye, ¿te has enterado de lo de RR? Le ha dado un infarto.


Ni que decir tiene que me dio un peperleque, fui corriendo a leer de nuevo su email y ya acabó de darme un vuelco el corazón: fiel a su costumbre (a su manía) de contarme las cosas a toro pasado para que no me preocupe, RR detallaba en el último párrafo de su larguísimo email cómo se había empezado a sentir mal, cómo ya sabía lo que le pasaba porque hace unos 10 años le ocurrió lo mismo, cómo condujo 170 km solo y de noche y fue directo al hospital, donde lo intervinieron y estuvo dos días en la UVI, su susto con una parada cardiorrespiratoria y su recuperación y alta.

La sensación de que lo haya pasado tan mal mientras yo estaba haciendo el loco por ahí ha sido de sentirme fatal: no porque yo hubiera intervenido o dejado de intervenir, que no, que yo estaba a cientos de kilómetros y lo mismo le habría dado el infarto estando yo pegando botes con L-Kan que dedicándome a la recolección de níscalos, no. Era por no haber leído ese correo y por la sensación de haberle fallado por mi vagancia y mis estúpidas manías.


En la última línea RR se disculpaba por soltarme rollos deprimentes, hoy he sido yo el que por teléfono me he disculpado mil veces. Aunque no he dejado de pensar que en el fondo mi actitud no deja de ser egoísta: hace 10 años el sofoco me lo llevé por él. Hoy me lo llevo por mí.

Me queda la tranquilidad de que ahora va a estar muy bien cuidado por su "amigo" (ay esa manía de no decir la palabra novio cuando llevan ya juntos ni sé la de años), por su familia y que por fin va a dedicarse más a sí mismo en vez de a los problemas de los demás.

Y aunque no lea este blog y que de los que lo leen poquísimos lo conocen en persona, para mí no deja de ser catártico dedicarle una entrada y pararme a reflexionar acerca de que no hay que jugar con el corazón.



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